Sinopsis:
Pastoral
americana es una novela ambientada en los estados unidos de mediados del siglo
XX en la que Roth disecciona los entresijos de una ciudadanía muy influenciada
por los enormes cambios políticos y económicos a los que estuvo expuesta. La guerra
de Vietnam convulsionará la sociedad americana provocando una gran
transformación social que generó, a su vez, un oscuro sentimiento
antipatriótico. Toda una generación de jóvenes americanos que empezaban a
preguntarse hasta qué punto se había dejado seducir por ese modelo de éxito
fácil y al alcance de cualquiera, ya fuera emigrante o autóctono, que supuso lo
que se ha dado en llamar «el gran sueño americano».
Y este
análisis sociológico se hace a través del relato sobre las miserias y
desencuentros de tres generaciones de una familia de origen judío: los Levov, y
más concretamente sobre uno de sus componentes, Seymour: «el Sueco»,
cuya fama en el instituto –excelso deportista, estudiante, persona intachable
en sus comportamientos con una capacidad natural, exclusiva para los elegidos, de
hacer siempre lo más correcto- le convierte en el ídolo de la infancia de
Nathan Zuckerman. Nathan, encarnando al propio autor, se convertirá durante la
primera parte de la novela en el narrador, en el conductor del relato.
En
una segunda parte, una novela dentro de la novela, se profundiza sobre las
emociones y sentimientos de un Seymour maduro, cuyas experiencias vitales han
terminado por dirigirle hacia un sinsentido emocional donde confluyen,
atormentándole profundamente, sus valores como ser humano, como gentil hombre,
como buen ciudadano intachable y las dudas que le atosigan como padre al
sentirse responsable y, por tanto, causante de que su única hija haya renegado
de los valores familiares y patrióticos para convertirse en una terrorista
asesina que acaba debatiéndose, -terriblemente deteriorada física y
síquicamente- sola, derrotada y confusa entre la vida y la muerte.
La lectura:
No
es la primera vez que dudo ante la disyuntiva de tener que escribir una opinión
sobre un libro que, tanto la crítica especializada como el público lector, ha
considerado, casi en su totalidad, una obra maestra. No en vano este trabajo
supuso a su autor el premio Pulitzer en 1997, nada menos. Hace ya algún tiempo
que asumí la responsabilidad de reseñar mis impresiones opinando sobre todos
los libros que van cayendo en mis manos y me tomo muy en serio este compromiso,
la verdad. Ahora eso sí, necesito insistir en que solo soy un lector, no un
especialista, y escribo exclusivamente sobre mis gustos, sin más pretensiones.
Lo digo porque ya empieza a ser bastante común encontrarme con que mis
opiniones no parecen coincidir con otras más especializadas, lo que no es más
que la consecuencia, estoy seguro, de mi falta de preparación. No pretendo, ni
lo he hecho nunca, ser ni parecer un crítico literario… pero a veces resulta
tan evidente que necesito quizás, justificar mi atrevimiento. Dicho esto vamos
con esa opinión:
Durante
las primeras 250 páginas, más o menos, Roth, en la figura de su alter ego en la
novela Nathan Zuckerman –parece que es un recurso que se repite frecuentemente
en su obra- hace un relato detallado de la infancia de sus personajes,
reconstruyendo una época, un barrio, una forma de ver los problemas y las
circunstancias que rodean a unos jóvenes que, como cualquier otros, en
cualquier otro sitio se limitan sencillamente a vivir sus vidas sin más
preocupaciones más allá de las que propone un presente inmediato y un futuro
que a todo joven se le presenta incierto y lejano. Este es un relato objetivo,
frío sin apenas emotividad… un relato que casi podría decirse está escrito en
clave periodística, sin conseguir en ningún momento conectar con este modesto
lector. Tengo que confesar que me he aburrido enormemente y que esta primera
parte casi ha conseguido que dejara la lectura varias veces. Solo, como he
comentado anteriormente, las buenas críticas y la promesa de encontrarme con
una obra maestra me han llevado a seguir leyendo… Y a ratos me he alegrado de
hacerlo, pero en otros me he arrepentido, y me explico.
El
problema es que el autor mariposea y revolotea dando vuelcos y cabriolas sobre cualquier
descripción, sobre cualquier idea que quiere parecer importante para el relato
hasta hacer del texto algo más que una novela… lo convierte casi en un estudio,
un tratado, un ensayo sobre cada parcela argumental que consigue hacer insoportable
y aburrida la lectura. Pareciera que se trata de un pretexto para reunir varios
relatos deslavazados en uno solo, como si se hubiera querido aprovechar el
trabajo acumulado durante varios años, sin más. De vez en cuando, casi por
sorpresa, de repente aparece el escritor, el artista. La idea se sintetiza. El
artesano, el peón se hace a un lado y todo ese andamiaje narrativo se utiliza
para que el escritor que mereció todos los halagos de la crítica se apoye
cómodamente y, casi por sorpresa, consiga seducirte dejando en evidencia tus
remilgos. Te acabas diciendo: «claro que ha merecido la pena el esfuerzo… ahora
todo tiene sentido». Siempre tienes la sensación de que hubiera podido hacerse
con mucho menos, esa es la verdad… y eso sucede durante muchas páginas.
He
de decir que no hace falta ser un especialista para darse cuenta de que todo
ese armazón, esa falta de emotividad y esa calculada forma de relato que domina
esta primera parte del libro no es más que un recurso narrativo que pretende
subrayar las virtudes del protagonista, «el Sueco», así como las del mundo perfecto
sobre el que sustenta su vida. Una sociedad americana que durante muchos años
ha potenciado la imagen idílica hollywoodense y que es encarnada en un
personaje admirable que representa como nadie el sueño americano. Roth hace un
gran esfuerzo para encaramar a su protagonista al andamiaje perfecto y aburrido
de su novela para, en una segunda parte, derribarlo sin piedad. Lo que sucede
es que este primer nivel del relato resulta tan… tedioso que casi consigue
hacerte abandonar la lectura ya que no consigues entender esta intención hasta
que no has leído gran parte de la misma.
De
repente al final del segundo capítulo, todo cambia… surge el genio, el ritmo,
la maestría retórica en un alarde de narrativa trepidante y angustiosa que me
ha dejado con la boca abierta. Es el momento en el que el sueco encuentra a su
hija y la exige una explicación de su comportamiento y de sus últimos actos
vitales que, hasta ahora, ha vivido en la clandestinidad. El relato de lo que
vivió a partir del atentado te envuelve con una facilidad asombrosa, al menos
para el que no conociera previamente al autor; pero lo que más me ha dejado de
piedra es la profundidad y crudeza con la que se describe la psicología de los
dos personajes, bueno tres, si contamos al hermano que aparece al final del
capítulo y que resultará un personaje imprescindible por lo que significa de
contrapunto con el protagonista, su reflejo en el espejo. Impresionante… hasta
el punto de, prácticamente justificar o dar por bueno todo el esfuerzo anterior,
porque no debo engañarme, ha sido difícil… No por la prosa, que resulta llana y
asequible, sino porque, si el autor pretendía ser plano e insulso en esa
primera parte, como he comentado antes, lo ha conseguido con creces…
A
partir de este momento todo cambia y ya no puedes dejar de leer el libro hasta
el final, encantado, seducido por un relato cuya mayor virtud es trascender lo formal
de sus primeras páginas y, sin dejar de lado el realismo más puro -la
descripción costumbrista- mezcla con maestría, al contrario que en esa primera
parte, la disección desgarrada, el debate interior de sus personajes e incluso se
permiten pasajes que rozan la reflexión filosófica. La novela se convierte en
un examen de conciencia del protagonista al que el autor poco a poco va
derribando en sus convicciones, en sus creencias y formas de entender la vida.
No es difícil identificar esta obsesión por la crueldad con el protagonista
como una forma de desenmascarar el modelo cultural americano, poniendo en
entredicho las pretendidamente modernas formas de entender la educación basadas
en la tolerancia y el respeto a una libertad mal entendida, sobre todo lo demás.
Opinión:
Debo
reconocer que a medida que voy realizando la crítica, al ir entendiendo y
diseccionando las intenciones del autor mi percepción y opinión sobre lo leído
mejora notablemente. Está claro que nos enfrentamos a un libro que tiene más «chicha»
de lo que la lectura me ha propuesto. Seguro que se trata de un gran libro de
gran calidad y muy recomendable si la intención es hacer un estudio sesudo
sobre su contenido y estructura… no lo dudo. Además, como ya he comentado
anteriormente, esa segunda parte me ha encantado, a ratos. Hay momentos que han
sido de lo mejor que he leído hace tiempo.
Lo
que pasa es que no consigo perdonar esas casi 300 páginas en las que me he
aburrido con ganas, aunque ahora, tras terminar la lectura, pudiera concluir
que se dan por buenas… que son necesarias para comprender la intención en su
totalidad. Para mí el libro es bueno, no lo dudo, pero antes de recomendarlo
advertiría al futuro lector sobre sus virtudes y defectos por si, como yo, suele
decantarse por un tipo de lecturas de virtudes… diferentes. Aún así pienso
darme otra oportunidad para conseguir disfrutar de la obra de Philip Roth y, en
un futuro, me enfrentaré a una segunda obra del autor: «Me case con un
comunista», cuya recomendación por una persona de confianza fue realmente la
razón por la que empecé este «Pastoral americana». Espero que mi opinión mejore
ostensiblemente.
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