domingo, 3 de enero de 2016

El joven a sus juiciosos consejeros. Friedrich Hölderlin

Pues de nuevo leyendo otro libro de Stefan Zweig, "La lucha contra el demonio", me intereso por otro poeta, Friedrich Höderlin, y buscando entre su obra me encuentro este poema que me ha gustado mucho. Para entender mejor mis razones doy unas pinceladas sobre la vida del poeta:
Johann Christian Friedrich Hölderlin nació en Lauffen (Württemberg) el 20 de marzo de 1770. Su padre murió cuando el contaba apenas con dos años. A partir de ese momento su madre hizo todo lo posible para que culminara sus estudios como clérigo -que es lo que tocaba en la época, claro- lo que consiguió en 1973, aunque nunca ejerció como tal. Eso si, sus estudios de Teología le llevaron a conocer a Kant, Spinoza y Rousseau y a trabar amistad con los futuros grandes filósofos Friedrich Wilhelm Joseph Schelling y Georg Wilhelm Friedrich Hegel, nada menos, amistad que duraría muchos años y gracias a la cual Höderlin pudo conseguir alguno de sus trabajos e, incluso, editar alguno de sus textos. Más tarde conocerá a otros grandes de la cultura de su tiempo como Friedrich Schiller,Johann Gottfried Herder y Johann Wolfgang Goethe, entre otros.
Nunca comulgó con las férreas y tradicionales reglas eclesiásticas, a pesar de tener algunas convicciones religiosas que se verán reflejadas en su obra. Pero, claro, tampoco era cuestión de vivir del cuento, así que para mantenerse independiente se empleó como preceptor de los hijos de algunas familias poderosas, a pesar de que la docencia no era la ocupación más adecuada para un hombre que concebía poesía y vida como un todo indivisible. Esta personalidad un tanto etérea le granjeó grandes problemas de convivencia y adaptación, se dice que quizás perdió la cabeza por pedirle a sus semejantes más de lo que éstos son capaces de dar. "Jamás comprendí las palabras de los hombres, crecí en los brazos de los dioses". Soñador, prisionero de su propio mundo, con tendencias bipolares, acabó en un manicomio donde los médicos le diagnosticaron una locura poco peligrosa y confiaron su custodia a un ebanista local, con el que pasó sus últimos años atrapado por una personalidad a ratos violenta y poco lucida que, sin embargo, siguió produciendo textos y poesía con el nombre de Scardanelli. Su obra fue olvidada durante años tras su muerte para acabar reconociéndose como una de las más importantes de la poesía alemana del siglo XIX. El siguiente poema retrata muy bien, bajo mi punto de vista, el carácter rebelde de un joven que empieza a darse cuenta de lo singular de su personalidad y de lo incierto de su destino.
El Joven a sus juiciosos consejeros

¿Pretendéis que me apacigüe? ¿Que domine este amor ardiente y gozoso, este impulso hacia la verdad suprema? ¿Que cante mi canto del cisne al borde del sepulcro donde os complacéis en encerrarnos vivos?

¡Perdonadme!, mas no obstante el poderoso impulso que lo arrastra el oleaje surgente de la vida hierve impaciente en su angosto lecho hasta el día en que descansar en su mar natal.

La viña desdeña los frescos valles, los afortunados jardines de la Hesperia sólo dan frutos de oro bajo el ardor del relámpago que penetra como flecha el corazón de la tierra.

¿Por qué moderar el fuego de mi alma que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce? ¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme mi elemento de fuego, a mí que sólo puedo vivir en el combate?

La vida no está dedicada a la muerte, ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llega del Éter no nació para el yugo. Baja hacia nosotros, se sumerge, se baña en el torrente del siglo; y dichosa, la náyade arrastra por un momento al nadador, que muy pronto se sumerge, su cabeza ceñida de luces.

¡Renunciad al placer de rebajar lo grande! ¡No habléis de vuestra felicidad! ¡No plantéis el cedro en vuestros potes de arcilla! ¡No toméis al Espíritu por vuestro siervo! ¡No intentéis detener los corceles del sol y dejad que las estrellas prosigan su trayecto!

¡Y a mí, no me aconsejéis que me someta, no pretendáis que sirva a los esclavos! Y si no podéis soportar la hermosura, hacedle una guerra abierta, eficaz.

Antaño se clavaba en la cruz al inspirado, hoy lo asesinan con juiciosos e insinuantes consejos.
¡Cuántos habéis logrado someter al imperio de la necesidad! ¡Cuántas veces retuvisteis al arriesgado juerguista en la playa cuando iba a embarcarse lleno de esperanza para las iluminadas orillas del Oriente!

Es inútil: esta época estéril no me retendrá. Mi siglo es para mí un azote. Yo aspiro a los campos verdes de la vida y al cielo del entusiasmo.
Enterrad, oh muertos, a vuestros muertos, celebrad la labor del hombre, e insultadme.
Pero en mí madura, tal como mi corazón lo quiere, la bella, la vida Naturaleza.

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